¿Cómo está tu alma?

Nuestro país vivía uno de los mayores desastres naturales. El huracán María había arrazado con nuestra isla. Habíamos sobrevivido, pero ahora nos enfrentábamos al caos. Intentábamos volver a comenzar y retomar nuestras vidas. Sabíamos que nos tomaría años recuperarnos. Teníamos tanto por hacer y como pastor sentía que tenía vida y fuerzas para servir con lo mejor de mí, a la iglesia y a la comunidad. Era una gran oportunidad para brillar, amar y servir. Había que preparar comidas, predicaciones, escuchar personas y proveer consejerías. En las tardes antes de regresar a casa, buscaba comida y agua para mi familia. Las noches sin servicio eléctrico parecían eternas y el calor era abrumador. Luego de meses, el país se recuperaba lentamente, el ministerio continuaba y todo comenzaba a florecer nuevamente. Mientras, yo comencé a decrecer.  

Una noche dejé de dormir. Una noche se convirtió en una semana… sin sueño. Algo andaba muy mal, pero no tenía nombre para lo que estaba sintiendo mi cuerpo, ni tampoco tiempo para detenerme, analizarme o descansar.  

Entonces ocurrió…terminé en la sala de emergencias.  

No podía respirar, no sentía mis brazos y caminaba con dificultad. Con las palpitaciones como una locomotora, y con la sensación de tener un elefante sentado en mi pecho entré al hospital con miedo de que ese fuese mi ultimo día de vida. Minutos más tarde escuché la voz del doctor decir las palabras que todavía retumban en mi mente: “Estás quemado, desgaste físico/emocional, desorden de ansiedad”. ¡Imposible! ¡Yo no estoy loco! ¡Yo soy cristiano! ¡Y soy pastor! En solo unas semanas, luego de este evento donde mi salud mental quedó expuesta, pasé de ser un hombre productivo a uno encerrado detrás de la puerta de mi cuarto. Las semanas se convirtieron en meses. Había comenzado un viaje completamente inesperado. La depresión me había llevado a una esquina oscura donde no era capaz de salir. En ese tiempo escribí en mi diario devocional:  

“Me he dado cuenta que no sé parar ni desconectar del ministerio. La pérdida del gusto por hacer cosas simples de la vida ha sido evidente. Me siento aislado, solo, sin sentido, aturdido. He perdido toda perspectiva. Estos han sido mis patrones de pensamiento en las últimas semanas. Días intensos..dudas..miedos. ¿Estas ahí Padre?”

En medio de mi proceso de búsqueda de sanidad, hablé una tarde con mi mentor. Un pastor retirado de algunos 63 años. Mientras conversábamos me hizo una de esas preguntas incómodas que nos cuesta por momentos responder. Dijo: “¿Cómo está tu alma?” Me dije: ¿Qué clase de pregunta es ésta? Por lo regular, nos encontramos con amigos o familiares y hacemos preguntas como: ¿Cómo van las cosas?,¿cómo va el trabajo, la familia, el ministerio, la iglesia? Pero, ¿cómo está tu alma? Se siente como si la pregunta fuese una navaja que tiene la capacidad de abrirte en dos pedazos para dejar al descubierto lo íntimo de tus profundidades. ¿Cómo contesto? ¿Cuándo fue la última vez que me pregunté: ¿cómo estoy?, ¿Alguna vez me he hecho la pregunta: “Alma mía, ¿cómo estás?” ¿Cómo logro conocer lo que profundamente anhela y desea mi alma? 

Tu alma… Esa partemás profunda de quién eres y que busca conectar con su Padre celestial en una relación vital e íntima y colocarte en un lugar donde ese deseo/necesidad esencial, pueda ser satisfecho por el mismo Dios creador y diseñador tuyo. Es lo más auténtico de nosotros, nuestro origen; desde donde nacen y guardamos pensamientos, sentimientos, emociones. Ese espacio dónde sabes que cuando estas ahí, estás con Él, estás en un lugar de encuentro especial. Estás en un lugar seguro. 

Jesús mismo habló del alma, y la vital importancia de invertir en lo más importante de ti. En Mateo 16:26, mientras hablaba con sus discípulos sobre el precio de seguirle y el riesgo de intentar ganar todo lo que el mundo puede ofrecer, el maestro dijo:  

“¿Y qué beneficio obtienes si ganas el mundo entero pero pierdes tu propia alma? ¿Hay algo que valga más que tu alma?

La palabra “alma” usada en este texto es Nefesh y nos lleva al principio de la historia de nuestra existencia. Es la misma palabra que encontramos en Génesis 2:7 en el momento cuando Dios / La Trinidad, en perfecta comunión, crea al ser humano. Y luego de formar una hermosa escultura del polvo, sopla aliento de vida. Nefesh…sopló… aliento de vida, alma. Luego, el texto dice que entonces fuimos seres vivientes. Con su palabra, Dios creó los cielos y la tierra; sin embargo, Dios no llamó al ser humano a la vida, Dios sopló y de Su mismo aliento impartió vida, alma. El aliento de Dios es la característica esencial del alma del ser humano. Cuando hablamos de alma, necesitamos hablar de ese soplo Divino. El Alma y el aliento de vida de Dios, están definitivamente conectados. No existían almas antes de la creación del ser humano. No éramos almas errantes que luego fuimos incertadas en cuerpos. Vivimos, respiramos, caminamos, existimos, por Su respirar. Su vida define la nuestra. Fuimos creados a Su imagen y semejanza. Nuestras almas vienen de Dios, dependen de Dios, claman por Dios, anhelan a Dios. Disfrutan de estar con Aquel que es la fuente que les sostiene. Cuando estamos con el Padre, estamos en casa. 

Proverbios 4:23 nos anima a guardar nuestra alma porque desde allí fluye y brota la vida. 

En Efesios 3 escuchamos el clamor de Pablo por los creyentes para que estos fueran fortalecidos en su ser interior.  

Salmos 131:2 nos recuerda cómo nuestra alma está segura y satisfecha en Dios como un bebé que luego de llorar ha quedado en quietud y calma, satisfecho por la leche de su madre. En Dios estamos seguros, completos, satisfechos. 

Volviendo a las palabras de Jesús, necesitamos hacer la pregunta: ¿Cómo es entonces posible perder nuestra alma? Creo que cuando corremos desenfrenados por la vida, olvidamos quienes realmente somos y perdemos contacto con el centro de nuestras vidas que es Dios mismo. Nuestra alma es dependiente continuamente del Padre. Cuando vivimos tiempos de inseguridad y caos, podemos llenarnos de miedo o podemos llenarnos de trabajo. Es muy fácil olvidar quienes somos y de quién somos, cuando comenzamos a pensar que nuestra verdadera identidad se encuentra en todo lo que hacemos y producimos. Necesitamos pausar, detenernos y estar con Dios y junto al Padre hacerle preguntas a nuestro ser interior. El mismo Dios que dio soplo de vida es el mismo que con Sus manos formó nuestro cuerpo. Nuestro mundo interior (alma) y exterior (cuerpo) necesitan cuidado, espacios de descanso, calma y renovación constante. Es imposible separar ambas.  

Tal vez hoy necesitamos detenernos y contestarle a Jesús algunas de sus preguntas. Permíteme con respeto usar Mateo 16:26 para juntos como hombres y mujeres en el servicio a Dios responder a las preguntas: 

¿De qué nos sirve ganar todos los títulos ministeriales, mover las masas o hacer todos los proyectos del mundo si al final se pierde nuestra alma, si estamos quemados, drenados y consumidos?  

¿Habrá algo más importante que tu alma? 


Pastor Leo Ayala
Caminando Juntos

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